Un supermercado se hace escenario de un sueño colectivo –en el lenguaje poético y sin palabras de la danza– para liberar y cuestionar las ataduras de las relaciones sociales marcadas por la impersonalidad de una sociedad de consumo.
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Cuatro clientes de un supermercado repentinamente se encuentran libres para volcar sus personalidades primarias, en un espacio que exige todas las reglas y decoros de una civilización en la que las personas no se conocen, pese –y paradojalmente– a que son con certeza vecinos y parte de un conjunto infinito de acuerdos tácitos.
Con la luz de misterio que ofrece la danza, el supermercado transmuta en un lugar que 2 hombres y 2 mujeres sienten como propio, lo que permite la aparición de ensoñaciones parecidas a las que cantan a diario en las mentes de millones de clientes que se pasean aparentemente impávidos por los pasillos del retail.
De este modo, los productos, los espacios y los demás se vuelven posibilidades lúdicas, las que transitan entre lo que es propio y diferente de cada uno de los 4, y las convenciones asociadas al ser cliente de un supermercado, que subyacen pese a la atmósfera de encantamiento en que se desenvuelven los interpretes.
En esta tensión entre ser persona (lo propio e inesperado) y cliente (lo común y predecible), surge el movimiento, la proximidad y la comunicación.
Con esto, Por defecto Danza, vuelve a explorar los espacios cotidianos (antes lo hizo con Cocina), poniendo el foco en las personas comunes, para quienes la vida es un transcurso de sucesos prosaicos con sus correspondientes liberaciones.